Por: Eliut González-La historia, al recoger, ordenar, analizar y ejercer criterio sobre el conocimiento del pasado, se convierte en la memoria colectiva vigilante, en la salvaguarda de la nación y de la etnia. La historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones, las etnias y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que revela las raíces sociales del ser humano. A continuación justifiquemos el estudio de la historia pepiniana.
Porque El Pepino es el punto de partida de nuestra existencia y conciencia.
El estudio de la historia es una indagación sobre el significado de la vida individual y colectiva de los seres humanos en el transcurso del tiempo. San Sebastián es la tierra de nuestras más profundas querencias y significación de la vida. Este suelo, generoso con nuestros antepasados y con nosotros, lo hemos vivido y trabajado para nuestra saludable subsistencia. Ha producido un patrimonio de infraestructura para nuestro desenvolvimiento social y económico.
Es el sitio en donde nos hemos ido forjando como seres realizados, desde la niñez hasta la juventud y la adultez. Es la geografía que ha moldeado la pequeñez y la amplitud de nuestra mente. Ha despertado en nosotros sentimientos profundos de regionalismo, de amor por ella. Es el campo y el pueblo de la comadrona y la enfermera que nos trajeron al mundo pepiniano. Es el lugar que, con su naturaleza colorida, nos enseñó la cartilla de los colores vivientes, donde escuchamos, por primera vez, el trueno hablar y la lluvia haciendo música con sus incoloras gotas.
Aquí hemos tenido la primera referencia de los que son los accidentes topográficos: las colinas, las vegas, los pequeños valles, los charcos, las quebradas, los ríos y los distintivos “mogotes pepino”. En estas laderas probamos por primera vez la guayaba, la china, “el mangó”, el jobo, la pomarrosa, el guamá, los corazones, los caimitos, el café y la rica caña de azúcar. De este suelo fértil salió el ñame de mina violeta, el ñame de guinea de tierra “colorá”, los guineos y plátanos con los que fuimos nutridos. El verde de sus “guarapos medicinales” fue nuestra medicina alternativa casera de la época.
Es estos cuerpos de agua conocimos el chispe, la chágara, el camarón, la guabina, las bruquenas y los peces de agua dulce. En el lago conocimos la tilapia y los barbuses. Es el amor por este lugar que nos obliga tener anualmente “un fervoro regreso a la montaña”, a volver al barandillo del Guatemala, al lavadero de carros en el Río Grande de Añasco y al charco preferido del Culebrinas y el Guacio, del Guajataca y el Cibao, del Juncal y el Sonador, de nuestra niñez y juventud. Esta es mi patria chica, es mi punto de partida y mi punto de regreso. Soy de aquí. Estas experiencias son parte de aquellas que nos van dando identidad como individuo en relación a la comunidad de mis amigos.
Porque es el lugar de nuestra formación como individuos y como comunidad familiar
En esa cuna-ambiente fuimos engendrados para perpetuar una familia, un pueblo y fuimos criados mediante la afectuosa disciplina de nuestros padres y abuelos. Aquella familia extendida de bisabuelos, abuelos, tíos, primos, hermanos y padres es inolvidable. Cuando teníamos que caminar cuando se mudaban a otro sector o a otro pueblo para no perder ese gratificante lazo familiar.
En esa cuna-ambiente y dentro de nuestra familia empezamos nuestro proceso de socialización y fueron nuestros lugares de práctica el vecindario, la iglesia y la escuela. De aquí nacen los valores rectores que más apreciamos y que los obtuvimos sin esfuerzo voluntario de nuestra parte y los atesoramos como si nos hubiesen costado un alto precio.
Es la cuna-ambiente en donde vivieron, murieron y fueron enterrados muchos de nuestros queridos antepasados. Es el lugar y la gente en donde queremos volver en la ancianidad, si es que estamos fuera de ella y reposar cuando los días de nuestra existencia esté por agotarse. En fin, esa tierra-ambiente y esa familia-cuna son nuestra.
Porque somos una identidad colectiva
Dotar a un pueblo de un pasado común y fundar sobre ese origen remoto una identidad colectiva, es quizá la más antigua y la más constante función social de la historia. Desde hace más de 300 años nuestros pioneros, los hacendados, los trabajadores y los pobres llegaron a esta geografía y, con el paso de los siglos, han ido forjando un pueblo, una etnia. Primero fuimos un incipiente núcleo poblacional en forma de hato o criadero, luego evolucionamos a un poblado de trabajadores y pobres de la agricultura en torno a una o varias estancias y haciendas.
Se fue formando una comunidad de lazos primordiales y vínculos aglutinantes hasta que un día despertamos y nos concebimos como un pueblo entre otros pueblos pero con nuestras características culturales muy particulares. Hemos sobrevivido a lo largo de tres siglos y el aprecio y defensa por nuestra gente es insuperable. Hemos perdonado, incluso, a los que nos utilizaron para aumentar sus capitales en menoscabo de nuestra identidad colectiva. El pepinianismo los fue absorbiendo hasta que vinieron a ser una parte integrante de nuestra identidad colectiva.
Nos acordamos de nuestra generación, la de nuestros pares y condiscípulos, con la que nos criamos y disfrutamos todas las cosas bonitas y desagradables de nuestra primera vida. Pero no podemos olvidar la generación de aquellos que nos criaron con amor y disciplina. Aquella generación de vecinos “entrometidos”, que nos castigaban por causa de sus informes, generación de maestros, de policías, de deportistas y de tanta gente inolvidable. Muchos de ellos hoy son paradigmas de nuestra sociedad y estudiados. Así se fue conformando nuestra etnia colectiva.
Porque somos un pueblo que ha ido ganando gobierno propio lo que nos ha permitido avanzar
La historia se ha ido convirtiendo, más que en una memoria del pasado, en un análisis de los procesos del desarrollo humano, en una reconstrucción crítica del pasado. Desde que comenzamos a aglutinarnos en nuestro primer periodo de colonización nuestro propósito fue lograr, cada vez más, un mayor grado de gobierno propio en aras de alcanzar un mayor control de nuestros asuntos y lograr una buena medida de desarrollo.
Fuimos varios poblados administrados por alcaldes de campo para principios de 1700. Después, desde 1752, comenzamos a organizarnos como partido jurisdiccional con un ejecutivo llamado Teniente y Capitán a Guerra y un legislativo, la Junta de Visitas, compuesta por los vecinos propietarios fundadores del partido, hasta que, en el 1763, cumplimos todo lo requerido por la autorización y que nos permitió darnos por un pueblo fundado.
En el 1812 nos inauguramos como un ayuntamiento constitucional con Alcalde y Cabildo, con facultades de mayor gobierno propio. Y más adelante, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, advinimos como un municipio y asamblea municipal con competencias administrativas que colocaron en nuestras manos la toma de decisiones importantes para nuestro pueblo. Finalmente, como municipio autónomo, tenemos una gama de posibilidades de gobierno propio, asequibles, que serán nuestras en la medida en que vayamos haciéndonos más responsables y eficaces con los asuntos internos que administramos.
Porque este pueblo-etnia nos ha transmitido un legado cultural: la pepinianidad
Cuando el estudioso de la historia analiza los hechos ocurridos en el pasado, se obliga a considerarlos según sus propios valores, que son los valores del tiempo y el lugar donde esos hechos ocurrieron. Al proceder con este criterio de autenticidad, el historiador le confiere a esas experiencias una significación propia y un valor duradero, único e irrepetible dentro del desarrollo humano general.
Todo lo que la gente de nuestro pueblo, pioneros, ricos y trabajadores, han experimentado y obtenido dentro y fuera de esta geografía, todas sus creencias, sus valores, sus símbolos, sus costumbres y tradiciones, su manera de enfrentar el fracaso y disfrutar el logro, han producido una manera peculiar de vivir, de pensar, de sentir, de ver y percibir las cosas. Esa manera de vivir y ser de los pepinianos la conocemos como la pepinianidad. Esta no es una manera de vida importada, traída de otro lado y aprendida intencionalmente. Es el producto del vivir cotidiano de los pepinianos en este ambiente social y geográfico por cerca de 300 años. La pepinianidad se adquiere, en mayor o menor grado, por estar en contacto o inmerso en ese ambiente, con su gente y con su imaginario cultural.
Esa es nuestra peculiaridad no imitable. No es otra cosa que nuestra manera de ser puertorriqueños pero con sabor pepiniano. Es la piragua puertorriqueña con uno de los 78 sabores que tiene la puertorriqueñidad: el sabor a caña de El Pepino. Este acervo cultural es el legado que hemos recibido de los que forjaron nuestro pasado, es el legado que queremos seguir cultivando y el mismo legado que queremos que nuestra gente de El Pepino, nuestros hijos, reciban para perpetuarlo.
Por esa vía del disfrute de la pepinianidad, las experiencias individuales y los actos nacidos de la intimidad más recóndita, se convierten en testimonios que no mueren, en huellas humanas que no envejecen ni pierden valor por el paso del tiempo.
Porque necesitamos conocer los valores que le dieron origen a El Pepino para mantenernos vigente
Los valores son aquellas cosas en las que creemos y que le damos una estima y valor porque ayudan a edificar nuestro carácter como individuos y construyen colectivamente, de forma sólida, a nuestro pueblo. Diríamos que los valores son la infraestructura del edificio social que se llama San Sebastián del Pepino. En una sociedad en la que los antivalores van tomando preponderancia, El Pepino no puede darse el lujo de perder los valores trascendentes que le dieron origen y formación. Perderlos es entrar en un proceso de degeneración y desintegración.
Entre los valores que hay que retener, vivir y transmitir a las nuevas generaciones están: el valor de la vida individual y de la vida colectiva, el valor de la fe en el Ser Supremo, el valor de la familia tradicional, el valor del patriotismo, el valor de la honestidad, el valor de la legitimidad moral, el valor de la educación, el valor del trabajo y el valor del uso adecuado de la tierra. Estos valores son la sal que detiene la corrupción en el individuo y en la sociedad.
Porque conocer nuestra historia nos hace un pueblo con estima propia
El desconocimiento de la historia personal y de la historia patria es el desconocimiento de nosotros como individuos y como pueblo. ¿De qué vamos a estar orgullosos? De lo que somos y hemos recibido por virtud de haber nacido y habernos criado en un ambiente cultural y con una gente dada. En esos años de la niñez y de la juventud somos saturados e impregnados con la manera de vivir y de ser de nuestro medio ambiente cultural. Por eso es casi imposible poder desprendernos de la manera de criarnos con respecto a nuestra familia y a nuestro pueblo. Como Pedro Coquí, podemos comportarnos de acuerdo al país en donde estemos durante el día. Pero es inevitable que nos pongamos a cantar “coquí” en la noche.
La historia de nuestra familia y de nuestro pueblo va descubriendo y develando por qué somos así. El conocimiento de nuestra historia nos dará el entendimiento de conocer lo que somos y nos habrá de potenciar para amar más y proteger nuestro patrimonio cultural y nuestra manera de vida peculiar: la pepinianidad y su gente.
Un nivel de comprensión más profundo sobre nuestra historia nos capacitará para conocer y distinguir cuáles son las fuerzas que operan en la formación y desintegración de un pueblo, en su lucha por vivir o morir y en su interés de ser un pueblo de corta duración o con deseos de perpetuarse.
La investigación histórica y social de San Sebastián del Pepino nos ayuda a identificar nuestros problemas, nos orienta y nos vitaliza para buscar aquellas soluciones que sean pertinentes a nuestra realidad sin sacrificar nuestra razón de ser pueblo y etnia.
La globalización es la oportunidad económica dorada de los grandes capitales mundiales que requiere la eliminación de las barreras culturales nacionales y pueblerinas que le resisten. En consecuencia, es un peligro inmediato para la existencia permanente de las naciones y pueblos. En vista de esto, por un lado, tenemos que disfrutar nuestro legado cultural al máximo y por el otro, debemos continuar luchando con valor e intenso sacrificio por la perpetuidad de nuestro pueblo mediante el estudio y análisis de nuestra historia.
Porque el conocimiento de nuestra historia nos compromete como socios y copartícipes de El Pepino
Como en cualquier otro lugar, ocurre en El Pepino, que hubo y hay paisanos que nacieron y se criaron aquí pero su compenetración al imaginario cultural pepiniano no ha sido tan vinculante que los haya comprometido. Sin embargo, hay otros pepinianos que luego de emigrar van y vienen o regresaron a El Pepino. Algo los atrae a su lugar de origen. Otros que viven en algún lugar de Puerto Rico, cercano o lejano, no pierden el contacto con su tierra por lo que van y vienen con frecuencia. Son los eternos ausentes-presentes.
El conocimiento y compenetración en la historia pepiniana provoca que miles de sus hijos permanezcan o regresen para darle su presencia útil. Es que sienten que son socios de la gran sociedad pepiniana y como responsables de la crianza que recibieron en el terruño, quieren devolver este cariño y cuidado con creces. Invierten en este suelo su educación, su talento, sus bienes y su tiempo porque quieren ver a El Pepino progresando, fortaleciéndose y ampliando su dimensión hacia lo nacional e internacional.
Transmitir el legado histórico y cultural de El Pepino a los nuevos pepinianos es la mejor inversión porque éstos mismos habrán de bendecir a El Pepino con lo que reciban. Para que la etnia cultural pepiniana se mantenga fuerte, vigente y pueda perdurar pujante en la política, la economía, en lo social, en lo educativo, en lo religioso y en lo cultural es imprescindible adentrarse más en la historia de nuestra patria chica.
Porque la micro historia de los pueblos es un medio para fortalecer la historia patria
El lecho y cause del río de la puertorriqueñidad se vuelve profundo y caudaloso en la medida en que las corrientes de los riachuelos municipales se vierten en él. No es posible amar la patria desde la generalidad. La patria se ama desde el terruño en donde nacimos o donde nos criamos. En nuestro caso, la patria puertorriqueña práctica es la patria chica pepiniana. Son nuestras experiencias en nuestros terruños particulares las que nos hacen atesorar y valorar la patria grande de todos: Puerto Rico. Si hemos de fortalecer la historia de Puerto Rico lo haremos investigando, estudiando y analizando la historia que nos dio origen y nos dotó de creencias, valores, lenguaje, costumbres y tradiciones. Esta pequeña historia juntamente con todas las otras historias municipales son las que le dan contenido y fuerza a la gran historia de Puerto Rico.