En mi época de niño, mi padre tenía un puesto de venta de verduras en la plaza del mercado detrás de la iglesia católica. La plaza siempre estaba llena de gente, unos comprando y otros buscándose el peso. Aquí había establecimientos comerciales de toda índole, desde venta de tabaco hasta venta de zapatos y telas. La plaza era un lugar público a donde convergían personas del campo y del pueblo, personas pobres y ricas. La gente conversaba y se enteraban se los sucesos y el futuro de la comarca.
Asadura, El Anunciador De Entierros
Este era el lugar propicio para que el anunciador de entierros diera a conocer su mercancía. Digamos, mercancía diaria o casi diaria. Recuerdo a un señor de tez muy blanca, afectado por alguna clase eccema en su piel, que vestía impecablemente de negro. De buen talante, erguido, caminaba con propiedad. Era Don José Polidura, residente en el Sector Cayey de San Sebastián.
Súbitamente entraba a la plaza y de detenía en las escaleras antes de bajar. Se quitaba el sombrero observaba a la gente que se aglomeraba para oír quienes eran los difuntos del día. Y como un poema aprendido, le notificaba solemnemente a los presentes el fallecimiento de un tal fulano de tal de tal lugar. En algunas ocasiones era interrumpido por algunos que se mofaban de él que lo llamaban por el nombre despectivo de Asadura.
Superada la crítica de los mofadores y recompuesto seguía en su alocución fúnebre como si no hubieses pasado nada. Luego, mirando a la nota escrita que llevaba con él, le indicaba a los presentes donde se estaba velando al muerto y les invitaba para que asistieran al entierro de este ciudadano pepiniano. Se lo agradecerían los familiares del difunto.
El pueblo le llamaba Asadura por lo blanco de su tez ranurada por la eccema. Entre las clases pobres es difícil no recibir un sobrenombre, siempre despectivo. Esa era la costumbre pepiniana: Coqueto, Toño el Tuerto, Cosabella, el Guabá Pelú etc. Sobrenombres que le daban a estos distinguidos pepinianos que su único delito era su peculiaridad
Este insigne caballero trabajaba con las funerarias del pueblo, principalmente con las viejas funerarias como la Funeraria Ríos. Pero sus días como anunciador estaban contados. La tecnología del altoparlante y luego la radio le sustituirían.
Me pregunto, ¿quién anunciaría la partida del Señor Polidura al más allá? Esta en agenda averiguar quién le proveyó servicios funerales y quien fue el Procopio que despidió su duelo.
Adolfo “Fito” Arce Torres, El Anunciador de Entierros Por Altoparlantes
Nacido en el 1923, Fue una de las figuras más sobresalientes de la radiodifusión en San Sebastián principalmente con programas de música jíbara. Fue publicista, dedicado a los medios de comunicación y a la publicidad a través de altoparlantes. Ofrecía sus servicios mayormente a comerciantes pero se destacó por su don de gentes anunciando para las funerarias, en barrio y el pueblo, las defunciones diarias. La entrada de Fito al campo del anuncio fúnebre fue el inicio de la desaparición de nuestro anunciante oficial de entierros: Asadura.
En la época de Fito se destacaron otros anunciadores. Marcial Walker que era el anunciador oficial del Partido Popular y el pastor Enrique Lugo anunciaba varios comercios del Pepino. Don Fito falleció en el 1995. Pero venida la radio a Pepino, WFBA (hoy Radio Raíces) desapareció la figura del anunciador de la muerte.
Despedidor de Duelos
En su inédita autobiografía Mano Moisés Vargas da testimonio de las personas que se desenvolvían con inteligencia natural en el oficio de detallar la vida del difunto y llevarlo a los lugares trascendentes de descanso eterno. Era necesario que una persona educada diera cuenta de la vida, los logros y la aportación que había hecho al Pepino su fenecido familiar. Además, la gente era atraída por la buena oratoria del despedidor de duelos.
El típico despedidor de duelos de aquellos tiempos, décadas de 1930-40, era un maestro rural jubilado. En el pasado había sido acusado de haber participado en las partidas sediciosas pero, por falta de pruebas, salió absuelto. Descrito como bajo de estatura y con algunas libras de sobrepeso, de un caminar lento pero seguro. Era una muestra de la intelectualidad pepiniana. Había sido uno de los fundadores del espiritismo filosófico en El Pepino y del Centro Luz Divina. Como retirado al fin, se le veía en la plaza pública esparciéndose, saludando y reflexionando sobre la vida pepiniana. Tomaba la ocasión para leer alguna literatura y el periódico, que después de leído, lo acomodaba debajo de su brazo. Su hablar era con palabras rebuscadas como corresponde a una persona educada. Nos referimos a Don Lino Guzmán.
En ese entonces las ceremonias en los templos eran un testimonio de la religiosidad o adhesión de la persona a círculos moralista. El cadáver se llevaba primeros a estos templos y luego recorrían la calle Ruiz Belvis en donde, al final de esta ruta se encontraba el cementerio. Llegada la comitiva fúnebre a la puerta del Cementerio viejo, el ataúd del difunto era acomodado y los portadores de flores lo rodeaban. Se ordenada la multitud de asistentes y subía Don Lino por las escaleras el antiguo cementerio, se detenía y con su mano pedía silencio el cual era concedido y comenzaba así su discurso.
Resulta interesante que sobre el epitafio, fuera puesto o grabado, se dejaban los símbolos de la hermandad religiosa o moral a la cual perteneció el difunto. Los católicos dejaban el rosario, los evangélicos y pentecostales dejaban el símbolo de una Biblia y el masón dejaba grabado el compás y la escuadra. En los epitafios de los muertos en guerra se dejaban grabados los símbolos del cuerpo del ejército al cual se pertenecía y donde había muerto el soldado.