Aunque es poco lo que se sabe del desarrollo de los lugares poblados de Las Vegas y el Pepino, la referencia general que se hace al Partido de la Aguada es valiosa para canalizar someramente aspectos que desembocaron en el proceso de fundación pepiniana. Dicho partido, al cual pertenecía la comarca de San Sebastián, fue un partícipe muy activo en el repartimiento de tierras de labranza desde fines del siglo XVII. En nuestro asomo histórico, regresa para exponernos que en “este proceso de otorgación de tierras, unidas a las inconveniencias sufridas por los núcleos poblacionales apartados, y una serie de disposiciones reales estimulando la formación de pueblos y el desarrollo del país, debió dar lugar a la petición de los vecinos del territorio pepiniano”. Residentes de los ebullicientes sitios sansebastianos parecen haber dado sus pasos iniciales para solicitar la formalización en la década del 1740. Se sabe, a base de evidencia documental primaria, que ya para el 1752 se le había concedido el permiso. El Dr. Padilla Escabí, al hacer un análisis crítico-teórico sobre la fundación de pueblos en el siglo XVIII, comenta lo siguiente: “el vivo ejemplo del proceso de conversión de hatos en cotos y partidos lo serán la existencia en 1709, entre los varios hatos ubicados en el Partido de la Aguada de uno de los lugares o sitios de Añasco, Pepino y La Moca, que en el transcurso... irán convirtiéndose primeramente en cotos y luego al segregarse de su partido matriz adquirieron título de partidos independientes”.
Este nos entera que el partido pepiniano se formó durante el tercer período gubernativo interino de Esteban Bravo de Rivero y al parecer no contaba con ningún tipo de templo. Si bien el historiador Walter Cardona, indica el año 1752 como la fecha en la cual se concedió el permiso para su fundación, Padilla, por su parte supone que estuviera todavía realizando dichas gestiones entre abril y noviembre de 1760 a partir de lo informado por el Obispo Martínez Oneca. Con la propuesta de las etapas del proceso fundacional, ambas fechas pudieron ser momentos de algunos de sus trámites en esa dirección. Entre los pobladores pioneros en la fundación, Méndez Liciaga, y Adolfo de Hostos, registran a don Joaquín de Salas, don Andrés Cardona y don Manuel Pérez. El mismo Méndez Liciaga, agrega de que en el lugar del «Pepinito» había una estancia que perteneció a don Baltazar de Torres, la cual vendió al primer Cura Rector del poblado, don Joseph’ Feliciano González. Por otro lado, se da a conocer que fue don Cristóbal González de la Cruz, su Capitán Fundador.
Todo parece indicar que aquellas viejas familias, que se habían acriollado en suelo pepiniano, serían las anfitrionas iniciales de nuevos integrantes en el pequeño embrión urbano y en los dilatados barrios, producto de distintas oleadas inmigratorias de españoles y no españoles.
El establecimiento parroquial es uno de los requisitos para el consentimiento gubernativo al fundar pueblo o partido. En San Sebastián la primera iglesia se concluye en el 1759, aunque la toma de posesión de su párroco se efectuó en el 1762, según Padilla. Con el cumplimiento de este trámite, se completaba el procedimiento eclesiástico en cuanto a la construcción de la parroquia. Para ocupar la máxima posición en el templo católico de la localidad se nombró formalmente al presbítero Joseph’ Feliciano González, cura por oposición, quien tenía en ese momento 34 años de edad. Este párroco organizó los primeros registros de nacimientos, matrimonios, confirmaciones y defunciones de la feligresía de la “Santa Iglesia Parroquial del Pueblo de San Sebastián de las Vegas del Pepino”. Se presenta revelador el desglose que incluye Méndez Liciaga, en su libro, datos valiosos que registrara aquel Cura Rector en un documento sacramental de confirmaciones en diciembre de 1763. De entre los 87 vecinos confirmados sobresalen apellidos posiblemente de origen asturiano, navarro, vasco, aragonés y canario. Estas familias serían los habitantes de prominencia en la sociedad y economía pepiniana. Entre los confirmados había varias esclavas. Lo que se perfila es una clara estructura de clases sociales donde predominaban estancieros, hacendados, hateros, militares, funcionarios y comerciantes. Serían subordinados los pequeños propietarios, artesanos, labriegos sin tierras, agregados, peones y esclavos y esclavas. Esa composición económica-social se fue enmarcando en ese siglo, bajo el desarrollo agrícola y ganadero local.
Además de la crianza de ganado –porcino, vacuno, caballar–, El Pepino era uno de los mayores productores de algodón de buena calidad y sus terrenos eran óptimos para el buen tabaco y el café, al igual que para el arroz, maíz, frutos menores, yuca y legumbres. También la caña de azúcar y la producción de melao fueron parte de las riquezas locales antes de finalizar el siglo 18. Esta centuria cerraba con la existencia de 1,243 habitantes para 1797 en su territorio y la gente dedicada mayormente a esos menesteres, supliendo los mercados de la región a través de los caminos a Lares y Mayagüez o sacando los productos y bienes a través de La Moca, hacia el puerto de Aguadilla. Todo esto incidirá en la conformación económica, social y cultural del siguiente siglo.
Las familias prominentes, junto con las menos privilegiadas y los nada acomodados, irán configurando con sus papeles y acciones los contextos urbanos, rurales, administrativos, sociales, económico y culturales para el siglo XIX. El centro pueblerino irá incrementando sus edificaciones de carácter civil, agregándose a la iglesia ya existente. El aumento paulatino de las obras de construcción y de proyección arquitectónica en los contornos urbanos se dará en la medida en que crece la población y las actividades económicas, sociales y culturales tanto en el campo como en la urbe, impulsado por la clase dirigente del joven pueblo.
Sobre las edificaciones y los elementos arquitectónicos referimos a nuestros lectores al excelente artículo, incluido en el Inventario, publicado por el Centro Cultural Luis Rodríguez Cabrero, de la arquitecta conservacionista, Mildred González Valentín. Sólo apuntaremos la importancia que tenían la Iglesia Parroquial, el Cementerio, la Casa Consistorial –alcaldía–, la Casa del Rey y la Plaza Pública como elementos principales del trazado urbano pepiniano. Todos estos atravesaron por un largo proceso de construcción, reparaciones y utilización.
Además de esos componentes, el gobierno local fue ampliando su política administrativo-organizativa. En ese sentido se fueron haciendo arreglos para la formación de calles y las manzanas del pueblo y se fueron integrando otros inmuebles a la urbe. Cerca del 1824 y más adelante se procedió a la reparación de los caminos viejos –los que luego serían calles– en el casco urbano y se empedraron otros para ensanchar las vías pueblerinas.
Mientras tanto, en la ruralía se iban reparando los antiguos trechos, construyendo puentes y alcantarillas, especialmente en los caminos de entrada y salida de viajeros, frutos y materiales, como el que va hacia Añasco y Mayagüez, hoy Carr. PR-109; a Aguadilla luego PR-125; a Las Marías PR-119 y a Lares PR-111. Con el tiempo se fundaron barrios y se deslindaron territorios de nuevos pueblos como lo fue el caso de Lares entre el 1825 y 1831. Ya se irán definiendo los siguientes barrios: Pueblo, Sibao (Cibao), Caymitos, Guacios y Sonador.
Para el 1824 había en el campo unas 900 casas y 151 bohíos, entretanto en el pueblo, cuya extensión era de 15 cuerdas cuadradas, existían 17 casas de tejas, 61 de yaguas y un bohío. La vida y el quehacer en la campiña era decisivo para el centro urbano, tanto en las fases agrícolas y ganaderas como en el trasiego de alimentos y de otros recursos. La regimentación gubernativo-municipal y central había que aplicarla tanto en uno como en otro polo territorial, no importa que se turnaran gobiernos absolutistas o liberales- constitucionales. Como quiera, la política administrativa localista era dictada desde la Casa del Rey y Consistorio, siempre que fuera en beneficio y en defensa de los intereses de la oligarquía del Pepino y sin que se afectaran los planes de la Metrópolis.