CARLOS LOPEZ DZUR- Historia no es ni lo pasado, que ya no es, ni lo de hoy que pasa fugazmente; la historia como historiarse es el actuar y padecer cabal a través del presente determinado por el advenir que se hace cargo de lo sido... No todas las referencias hacia la historia pueden devenir científicamente objetivables y situables, y justamente las esenciales no: Martin Heidegger
Todo pepiniano tiene un pedacito privado —y público— de la historia de su pueblo, es decir, de lo sido en esta geografía y sociedad —como posibilidad existentiva— en que se precisa el destino propio, el destino en común y la historia del mundo. De modo que cada uno de ellos, en cuanto compueblanos, son parte de la historia que me interesa y del libro o los libros posibles que otros y, aún yo, habremos de escribir. La historia total de San Sebastián de las Vegas del Pepino es tan monstruosamente gigantesca como pepinianos, o puertorriqueños de otras vecindades, haya disponibles para aportar su pedacito de relato, su pieza para el rompecabeza general y colectivo, el Gran Relato, con páginas de historicidad y destino en común, Geschick.
No entendí este concepto tan profundamente, cuando inicié mi primer ensayo sobre la historia regional, como ahora lo entiendo. Lo poco entendido, entonces, motivó que, en la década de 1970, desde mis primeros años universitarios y siendo aún adolescente, me interesara en la historia de Pepino y, particularmente, en conceptos de Historia Oral (Allan Nevins) [1] como metodología de elucidación.
En el transcurso de varios decenios, reflexioné sobre mis notas y mis entrevistas realizadas. E hice mis propias revisiones de artículos y ensayos escritos con pretensión historiográfica. Ha sido tarea dura y nostálgica. Llevo más de 20 años de residencia en los EE.UU. y México.
A pesar de ésto, he meditado, ya con mayor madurez, sobre los posibles enfoques, ya que a algunas aproximaciones previas las rechacé de plano. Y ahora, únicamente, seguiría adelante, si mediante este medio que provee la Internet, obtuviera otras piezas del rompecabezas: las que han de aportar otros: es decir, aquellas personas prestas a dar detalles, sugerencias, historias propias, genealogías, fotos, anécdotas o documentos, orales o escritos, que enriquezcan esta versión de base, que será siempre incompleta, pero dinámica, como es la propia vida en la historia... No renuncio al proyecto original que me ata al pueblo de mis amores.
He topado una y otra vez con diversas observaciones de Martin Heidegger en torno a la tematización historiográfica. Tematizar el pasado como objeto del mundo sido-ahí, los entes a la mano de ayer, sin que éstos sean algo «pasado», sino presente, es también contar lo venidero, con el peligro de la constante destrucción («Zerstörung») del advenir («Zukunft») y de la referencia histórica hacia el advenimiento («Ankunft») del destino.
El gran filósofo alemán, que ha influenciado mi filosofía de la historia, advierte que hay épocas que no son historiográficas, pero no dejan por ello de ser históricas. Para él, «sin erranza no habría ninguna relaciones de destino a destino, no habría ninguna historia. Las distancias cronológicas y las concatenaciones causales pertenecen, es cierto, a la historiografía, pero no a la historia». [2]
Esto significa que, semi-oculta por los datos, aunque intuíble y leíble entre líneas, pese al incompleto mosaico de concatenaciones causales y distancias cronológicas, es sospechable otra significatividad tanto o más rica. Su riqueza late como tal. Es aprovechable.
Una de las perspectivas que aprecié, con mi primer ejercicio de historiografía, ésta que aparentaría ser muy localista (los orígenes de la cultura pepiniana), por igual, me llevaría a una idea que Herbert E. Bolton elaboró. Visto que «el sentido de la unidad de América es la unidad esencial del Hemisferio Occidental», «el pasado debe y puede utilizarse con miras al presente». [3]
Al estudiar la evolución del pueblito, oficialmente fundado en 1752, y redescubrir a sus primeros Del Río, Salas, Castro, Liciaga, López de Segura, González de la Cruz, Borrero, Luciano, Ortiz de la Renta, Cabrero, Echeandía, Prat y López de Victoria, al tratar de comprender las divergencias coloniales, las partidas de miñones, los bandos de policía, la aplicación de reglamentos para jornaleros y esclavos, los descontentos de vecinos con sus patrones del Viejo Mundo o con los propios criollos, en roles de opresores, al explicar el por qué de las tradiciones migratorias comunes (e.g., la Cédula de Gracias para los inmigrantes venezolanos o del Haití Español) y el surgimiento de una conciencia nacional, de la que las «conspiraciones en verso» de Las Golondrinas (1851), la rebelión de Lares y Pepino en 1868, las Partidas Sediciosas de 1898 y las turbas republicanas de las décadas de 1930 y 1940), se evidencia que cualquier municipio y país del hemisferio ha pasado por fermentos y experimentos sociales parecidos, de modo que como dijera el Dr. José Basadres, en una ocasión, en América, de norte a sur, de confín a confín, los países y sus gentes han encarado «los mismos peligros, los mismos enemigos, el mismo reto, el mismo destino». [4]
Bolton, por su parte, define bien uno de mis enfoques comparativos:
...Tengo la intención de poner de manifiesto, a grandes rasgos, el hecho de que se trata de fases comunes a la mayor parte del Hemisferio Occidental: Que cada historia local tendrá un significado más claro si se estudia a la luz de las otras; y que mucho de lo que se ha escrito acerca de cada historia nacional no es más que una muestra de una pieza más grande. [5]
Ahora estoy conciente de que cuando fuí por documentos, artículos de prensa, entrevistas con personas que vivieron, o poseyeron una aprovechable memoria, con y por la que se conserva la data epocal de mi objeto de estudio, no obtendría el relato sobre el mero acontecer aislado e irremisiblemente «sido-ahí», sino sobre el destino en el cual el «Ser, que es la historia, se da y se niega a la vez», como observara Heidegger. El Pepino histórico se da, se abre, en ocasiones, como prolongación de Europa; porque es innegable que nuestros antepasados fueron españoles y ellos trajeron consigo sus ideas e instituciones tradicionales; pero, con la historia de Pepino, como en otras, se niega —a su vez— una parte de esa mentalidad que los antepasados europeos sustentaron ante la necesidad, objetiva y material, de construir una estructura social en campos y villorios fundados, donde no existía ninguna clase de sociedad europea, excepto uno que otro indígena, a quienes la prepotencia militar y el subyugamiento practicado por Juan Ponce de León y otros capitanes posteriores les ahuyentó de la isla, o les forzó a morir. O cuidarse del contacto con los «blancos».
Esto favoreció el reajuste de las ideas, sentimientos, costumbres y métodos europeos, particularmente, en cuanto lo que concierne a progresos político-prácticos y la consciencia de formar parte de una determinada fuerza hegemónica. Entiéndase el proceso (de «trato cuidado») ante el quehacer moral y político.