El oro fue el primer elemento de la riqueza taína en ser codiciado por los españoles. La primera pregunta de Colón a los indígenas, según el escritor norteamericano Howard Zinn en su libro La Otra Historia de Los Estados Unidos, fue: ¿Dónde está el oro? Para la época medieval, los países de Europa medían su riqueza por la cantidad de oro y plata que poseían. Sin embargo, el concepto de los indios en relación a la riqueza era otro. El oro sólo tenía un valor ornamental. Aquél guanín que llevaba el cacique taíno en el pecho fue para los españoles una muestra de que habían llegado a los depósitos de oro deseados. Esta fiebre del oro provocó la entrada de oleadas de inmigrantes españoles a la isla de Boriquén.
En el Valle del Toa, en las riberas del Río Guaorabo y en la extensa comarca del Otoao se explotó el dorado mineral. Cientos de inmigrantes llegaron hasta estas comarcas. Y en cada una de estas regiones fue tan abundante la minería que provocó el establecimiento de fundiciones. El oro extraído de los ríos y de las minas mediante la mano de obra de los indios era acopiado y derretido en estas fundiciones y uno vez hecho lingotes eran llevados desde San Germán y Otoao a la fundición de Caparra para terminar el producto, cuantificarlo y exportar a España la quinta parte del oro que le correspondía a la corona.
El centro minero de Otoao constituía parte de una hacienda real establecida allí entre los años del 1515 al 1530, por cierto, bastante poblada por buscadores de oro. Una empresa como lo era este centro minero requería almacenes en donde acopiar el oro, trabajadores para localizar y extraer el mineral, un complejo de viviendas para los trabajadores y lugares en donde se cultivaran víveres y se criara ganado para el sostenimiento de los integrantes de la referida empresa aurífera.
La gran comarca de Otoao se extendía hacia el oeste hasta el futuro territorio pepiniano. El historiador Walter Cardona Bonet nos indica de la posibilidad de que el futuro territorio pepiniano se utilizara en la siembra y cosecha de víveres y crianza de ganado para hacerlos llegar, por medio del Camino de Puerto Rico, a esta hacienda real para el mantenimiento de sus pobladores. Desde los días de la colonización de Puerto Rico ya el futuro territorio pepiniano, con toda posibilidad, tenía un pequeño núcleo poblacional dedicado a fines agropecuarios.
Sin embargo, para 1530 el oro comenzó a disminuir y asimismo la afluencia de inmigrantes a la zona. Algunos de los buscadores de oro de fueron a las nuevas fronteras de Méjico y Perú en busca del dorado metal. Hubo otros que no pensaban en el regreso a sus países de origen y decidieron quedarse en la comarca y dedicarse a la cría de ganado y a la agricultura de subsistencia