La Unión de Puerto Rico, que había triunfado en los comicios de 1906, copando los siete distritos electorales en que estaba dividida la isla, proponíase repetir su resonante triunfo en los comicios de 1908.
Una honda división política existía ese año en la gran familia unionista de este pueblo a causa de diferencias de pareceres en relación con la presentación de candidatos para puestos públicos. Tal situación ofrecía serios peligros para triunfar el Distrito Republicano de Aguadilla. Muñoz Rivera creyó oportuno trasladarse a este pueblo seguro de que su presencia en el lograría limar asperezas, aunar voluntades y conseguir que el electorado en masas acudiese a las urnas.
Y ocho días antes de la batalla final, don Luis, trayendo consigo a don Tulio Larrinaga, a Miguel Guerra, a Cayetano Coll y Cuchí y a Francisco Cervoni Geli, llegó aquí y en Pepino estableció su Cuartel General, desde donde dirigió todo el movimiento político de la campaña en la isla.
Acordado el plan de batalla, don Luis, envió a Guerra a Moca, a Coll y Cuchi a Aguadilla y a Cervoni a Lares, quedándose él y don Tulio en Pepino. Ambos celebraron infinidades de entrevistas con los políticos locales y otras personas de natoria influencias.
La casa del ilustre huesped era diariamente invadida por elementos de todas las posiciones sociales y económicas de la localidad que iban a ofrecerle su incondicional adhesión.
Así fueron pasando los días. Llegó la víspera de la gran batalla y a las cinco de la tarde comenzaron a bajar de la montaña las bravas huestes de la Unión, con sus jefes a la cabeza. A medida que iban entrando a la ciudad, se reunían frente a la casa donde se hospedaba don Luis Muñoz Rivera, ávidas de conocer, ansiosas de estrechar la diestra de aquel hombre extraordinario, de aquel sublime visionario.
A las ocho de la noche don Luis, arengó a las multitudes, “ Si San Sebastián —les decía— responde a su patriotismo, y lleva 2,200 votos de mayoría a las urnas, San Sebastián habrá asegurado el segundo glorioso copo de la Unión en el distrito republicano de Aguadilla. Correligionarios, en vuestras manos, en vuestros pechos, ponemos nuestra esperanza”
Las masas electrizadas de entusiasmo, respondieron con una cerrada salva de aplausos y entre el resonante ruido de éstos, oíansen voces que decían “Lo que usted pida, don Luis, le daremos 2,500 votos de mayoría”
Al día siguiente, día de la batalla, las calles de la población veíanse atestadas de electores.
Se forman las filas en los colegios, a las seis de la mañana. La votación comienza a las 8:00 de la mañana. A las 10:00 Don Luis, hace una recorrida para observar la marcha de las elecciones. A medida que el amado líder pasaba frente a los colegios, Ios electores iban abandonando las filas para marchar tras él.
Fue preciso decirle a don Luis que desistiera de su propósito porque las filas de votantes estaba desorganizándose por seguirle. Don Luis se detiene y aconseja a sus amigos volver a las filas y así logró formarlas.
La elección continuó sin interrupción. A las seis de la tarde verificado el escutrinio, las urnas arrojaron una mayoría unionista de 2,608 votos, es decir 408 votos más de lo que había pedido Don Luis Muñoz Rivera.
Cuando se hizo público el triunfo de la Unión, más de cuatro mil almas agrupadas frente a 1a residencia del caudillo aclamaban y vitoreaban a éste, pidiéndole que hablase.
Muñoz, responde a los deseos de la muchedumbre. Comienza su discurso, pero la potente voz del orador se ahogaba, se perdía entre el confuso vocerío de aquellos pechos pletóricos de entusiasmo y de contento.
Después de ésto, una nutrida comisión de damas, presidida por la Srta. Lupita Cancio Cores, visita al líder vencedor y le hace entrega de un hermoso y perfumado “bouquet” y de una pluma de oro.
Don Luis, emocionado, dedicó un bello discurso a aquellas distinguidísimas damas y ofrecióles volver a San Sebastián para renovar las gratísimas impresiones que había recibido durante su agradable y singular estadía en el patriótico reducto de la “Unión”.
A las 8:00 —ocho— de la noche se alejó de San Sebastián el eximio patriota, dejando en todos los corazones un raudal de inagotable cariño y de profundas e inquebrantables simpatías.